CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO

El impacto psicologico de la DANA: una amenaza silenciosa

Las catástrofes naturales como la DANA que ha azotado Valencia representan eventos con un impacto trauma?tico para las personas.

En la Newsletter de hoy, y como una posible ayuda para todos aquellos afectados por la DANA en Valencia, hablaremos del impacto psicológico de estos desastres naturales y cómo podemos gestionar, dentro de lo humanamente posible, una situación así para preservar nuestra integridad emocional. Desde Psicología y Mente queremos mandar ánimos y fuerzas a todos aquellos que han sufrido las consecuencias de este desastre.

- Natalia Menéndez, Pol Bertran

La DANA y su impacto emocional

La DANA que tuvo lugar hace unos días en las áreas valenciana, castellano-manchega y andaluza ha sacudido las vidas de los miles de habitantes que allí se encontraban. La existencia de estas personas ha sufrido un vuelco radical, pues esta catástrofe natural se ha cobrado la vida de numerosas víctimas y ha arrasado con hogares, negocios y todo tipo de infraestructuras. El resultado ha sido una situación de absoluto caos e incertidumbre, con niveles de destrucción nunca antes vividos en la historia reciente de nuestro país.

Toda la comunidad española e internacional se ha volcado en brindar ayuda a aquellos que ahora mismo están sumidos en un estado de shock tratando de sobrevivir en el día a día. Proporcionar agua, comida y suministros básicos está siendo uno de los objetivos prioritarios. Las zonas destrozadas aún están muy lejos de retomar la normalidad, y es que reconstruir todo lo que estas inundaciones se han llevado va a suponer un período de años de mucho trabajo coordinado.

Las catástrofes naturales como la DANA representan eventos con un impacto traumático para las personas. Se trata de un fenómeno que ha sobrepasado con creces los recursos de afrontamiento de los individuos, que han visto desaparecer con ello su sensación de seguridad.

Esta situación ha supuesto un colapso absoluto para los afectados, que han perdido a sus seres queridos en las peores condiciones, así como sus hogares, pertenencias, negocios…en cuestión de unas pocas horas. La sensación de peligro es incompatible con la seguridad, algo que se acentúa si la respuesta de ayuda se demora o no llega de la manera esperada.

Si bien es evidente que la cobertura básica de las necesidades físicas de alimento, seguridad e higiene es crucial, una vez establecida esta base es fundamental brindar soporte emocional a los afectados. A diferencia de lo que se suele pensar, el objetivo de proporcionar este acompañamiento no es eliminar su dolor. El dolor es una reacción natural, esperable y adaptativa a una tragedia de estas características. Más bien, la finalidad es permitir a las personas disponer de un espacio donde ventilar sus emociones, comprenderlas y contar con una base segura para transitar el sufrimiento sintiéndose arropadas. Está demostrado que este soporte en los primeros momentos tras una catástrofe puede reducir el impacto del episodio traumático, previniendo el desarrollo a medio y largo plazo de problemas de salud mental como el Trastorno por Estrés Postraumático.

Uno de los factores que más favorecen la resiliencia ante la adversidad tiene que ver con el apoyo social. Cuando las comunidades sienten que tienen un tejido que las sostiene, el proceso de recuperación no deja de ser doloroso, pero se hace más llevadero.

En este punto de absoluta vulnerabilidad, el papel de las entidades sin ánimo de lucro y los voluntarios está cobrando una importancia indiscutible. La atención psicológica gratuita y especializada en la atención en crisis está empezando a instaurarse, aunque es evidente que la respuesta de las autoridades no ha alcanzado la eficiencia que estas circunstancias extraordinarias requieren. El hecho de que aún muchas personas vivan entre escombros sin agua corriente o comida caliente dificulta que se pueda avanzar hacia formas de ayuda más complejas.

Esto es preocupante, pues no es extraño ver imágenes de las áreas arrasadas por cuyas calles pasean personas con la mirada perdida, sin rumbo o dirección. En los primeros momentos, el estado de shock o congelación es una respuesta natural al trauma. Nuestro cuerpo se paraliza ante una situación abrumadora, algo que en cierta forma permite mitigar el colapso emocional. En otras palabras, los supervivientes necesitan un margen de tiempo para asimilar lo que están viviendo, un proceso que con el acompañamiento adecuado podría hacerse más sencillo.

Por desgracia, no sólo los afectados directos por la tragedia sufren secuelas emocionales. Los profesionales y voluntarios que hacen labores de ayuda y rescate en la zona no están exentos de sufrir consecuencias psicológicas al exponerse a tanto dolor. En este tipo de labores es habitual la llamada fatiga por compasión, por la que el deseo de ayudar y salvar a los afectados de su sufrimiento puede dañar a quienes tratan de dar dicho sostén.

Tampoco podemos ignorar otro fenómeno conocido como la culpa del superviviente, un sentimiento común entre aquellos que han sobrevivido a la desgracia. Quienes lo sufren sienten que han hecho mal en mantenerse con vida, de alguna forma creen que no tienen derecho a seguir en el mundo cuando otros han fallecido en el evento traumático.